Zuhaitz Gurrutxaga y Mikel Sarmiento se llevan dos décadas. La diferencia parece grande, pero se acorta cuando hablan de salud mental: los dos saben qué es que la cabeza les juegue malas pasadas. Gurru nació en 1980 y debutó en Primera División con la Real Sociedad cuando Mikel tenía un año, en el 2000. Su primera aparición pública conjunta fue el pasado miércoles en una charla organizada por la Asociación guipuzcoana de familiares y personas con problemas de salud mental, Agifes, en Donostia. No se conocían y un poco antes se pusieron cara en la redacción de este periódico.

Más allá de la enfermedad, hay otra cosa que también les une. El exfutbolista de la Real Sociedad, que convive con un Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC), no lo sabía, pero el padre de Mikel le entrenó en alguna categoría infantil. No lo recuerda, pero tiene excusa: “Me trataría bien. De los que me acuerdo es de los que no lo hacían, lo que me da pie a hacer chistes”. Todos en la sala ríen. Y es que la comedia es indispensable en la vida de uno y de otro. “El humor es el motor de mi vida, escucho muchos podcasts de cómicos”, explica Mikel, que tiene un diagnóstico de depresión crónica, TOC y principio de esquizofrenia. Durante la sesión de fotos se hace evidente. No quieren aparecer con un rictus serio. Involuntariamente, se les escapa la sonrisa. “Hay que desdramatizar todo esto”, reclaman, siempre en su justa medida, claro.

“No vamos a reírnos de los problemas mentales de otros, pero sí de los nuestros”. Es la máxima que rige la vida de Zuhaitz entre escenario y escenario. Son los límites del humor que plantea. Dice que jamás hará chistes sobre una persona con TOC…, a menos que esa persona sea él mismo.

Mikel también escribe humor y lo hace así, partiendo de sí mismo: “El humor debe ser un arma para reírte de las adversidades. Cuando tienes el problema de frente y te ríes de él, se vuelve pequeño y manejable, pierde valor y pierde poder, un poder que tú ganas”. Hay unos pocos segundos de silencio y Zuhaitz alaba al joven en este particular tête à tête: “No se puede explicar mejor. Llevo diez años intentando explicarlo en entrevistas y nunca lo he podido decir así de bien”.

La vida con humor sirve para que sea “más soportable”. Tener el carné de cómico, opina Zuhaitz, “es lo mejor que te puede pasar”. No sólo le ha permitido tener una profesión fuera de los campos, sino que le ha ayudado para “relativizar” lo absurdo de la vida. “Si un día te caes por la calle y eres un tipo serio, quizá, te suponga un problemón, pero si tienes el carné de cómico, perder puede ser ganar”.

A renglón seguido, Gurru aconseja al joven sobre la stand-up comedy. El “sufrimiento”, asegura, es un excelente material narrativo que, “pese a que ninguno de los dos hubiésemos querido tenerlo”, está ahí. Aprovecharlo permite “canalizar ese sufrimiento” y ayuda “a sanar”, en primer lugar a uno mismo, y luego, “si es bien utilizado, a mucha gente”. Trae a la memoria los tiempos en los que, prácticamente, conversaba con su TOC. “Le decía: Me has hundido la vida pero algún día viviré de ti. Era casi una venganza”.

Mikel quiere lanzarse a un auditorio, tiene material, pero no sabe cómo hacerlo. “Ya te presentaré yo a gente”, le anima Gurru, que añade que ahora mismo hay una generación de jóvenes de su edad y algo mayores presentándose en grupo en locales para “probar material”.

Tras tantos años sobre las tablas, Zuhaitz sabe bien lo que es contar su propia historia sobre los escenarios. Es algo que tampoco “romantiza”. Detrás del hecho de haber cambiado los focos de un gran estadio por los de los un escenario, cree que puede encontrarse alguna especie de narcisismo, de “necesitar cariño”. “Cuando me dicen que soy un valiente por haber publicado el libro, pienso que valiente sería si me fuese a un pueblo perdido donde no me conoce nadie y nadie me diese ese cariño. Pienso que, quizá, el libro también lo he escrito para que me digan Qué valiente y qué guapo eres”, reflexiona. Se refiere a Subcampeón (Libros del KO), una autobiografía escrita a cuatro manos con el periodista Ander Izagirre y en la que, también con mucho humor, Zuhaitz cuenta su trayectoria futbolística en Primera, Segunda y Tercera, todo ello mientras lidiaba con problemas de salud mental a los que, en un inicio, era incapaz de ponerles nombre.

Mikel pide permiso para hacer un inciso y es él quien se presta a ofrecerle un consejo a Gurru sobre la cuestión de necesitar la atención del público. Le cuenta que existen estudios que afirman que la mayoría de los artistas tienen “un autoestima, no baja, pero sí desajustada”. Anhelar el aplauso es un mecanismo de “supervivencia” y cree que en el caso de Zuhaitz es algo inherente a su personalidad que no necesariamente debe ser algo malo, que no tiene por qué desdeñarlo. “¿Quieres ser tú o quieres dejarte llevar por la corriente que marca lo que supuestamente es lo sano?”, pregunta el joven y el mismo se responde: “Todos no somos igual de sanos y eso también está bien”. De repente, Mikel se convierte en un futbolista que años después ha dejado a Gurru fuera de juego. Se repone rápido, “Qué bien hablas”, repite y, por supuesto, agradece el consejo.

Zuhaitz Gurrutxaga y Mikel Sarmiento, uno frente a otro

¿Cómo os presentaríais el uno al otro?”. Zuhaitz Gurrutxaga, el exfutbolista de la Real Sociedad, el elgoibartarra que con 19 años marcó a Hasselbaink y fue expulsado en el minuto 64 en su debut en Primera, aquel al que se le auguró una prometedora carrera en Primera, aquel al que se le coronó como “el rey del Klarimosto”, aquel que fundó la banda de música Vanpopel porque sintió celos de que su novia hubiese estado de juega con Sidonie, aquel que ha hecho carrera como actor –tiene en cartel la obra Almazenean con Iker Galartza–, presentador y monologuista, aquel que ha ganado el Premio Panenka 2023 por su libro, se toma unos instantes para pensar. Se desnuda, se deshace del contexto para centrarse en lo más primario, en aquello que le ha acompañado en una buena parte de su vida: “Soy alguien que no está del todo recuperado y que lo pasó mal por problemas de salud mental sin saber que eran problemas de salud mental. Hoy en día las palabras salud mental se escuchan mucho, pero no hace 20 años. Yo creía que me había vuelto loco. Lo escondía todo el rato y, desgraciadamente, lo escondí lo bastante bien durante demasiado tiempo. Si lo hubiese hecho un poco peor o hubiese pedido ayuda antes, hubiera sufrido mucho menos”. Su libro Subcampeón, que en apenas cinco meses desde su publicación acumula tres ediciones, sirve de testimonio de un rápido ascenso al deporte de élite y un más rápido descenso a los infiernos personales y también profesionales. Tanto que, en 2003, cuando la Real Sociedad estaba a punto de ganar la Liga, lo único que deseaba Gurrutxaga es que el equipo perdiese la final en Vigo. Desde que a los trece años se vistió la txuri-urdin en el Infantil de la Real fue escalando posiciones, cumpliendo su “sueño”, tal y como relata en su autobiografía. Lo que no esperaba es que cumplir su sueño podía “joderle” la vida.

Mikel Sarmiento, natural de Berastegi, hace prácticas en Agifes, tras estudiar un grado medio de Atención a Personas con Dependencia y desea seguir formándose en un Grado en Psicología. Pese a su edad, 24 años, sorprende la madurez de sus respuestas, fruto, sin duda, de un profundo trabajo de autoconocimiento. “Ponerle nombre” a su padecimiento, “ver todo lo que hay detrás” y, en cierta medida, “romantizarlo”, al ver que “también puede ser bello a su manera”, le han permitido “tener una personalidad más fuerte y más empoderada”. “Soy un loco incomprendido. Me considero una persona multifacética, creo que soy capaz de hacer cualquier cosa que me proponga. Tengo potencial, pero tengo una mente programada para joderme cada minuto de mi vida. Mediante mi imaginación y mi poder de creación, he podido vislumbrar un mundo bastante más habitable del que vengo”.

Ambos celebran que hablar de estas cuestiones se esté normalizando, incluso en sectores tan opacos a los sentimientos como el fútbol. “En nuestra época no teníamos preparadores físicos, como para tener psicólogos”, cuenta Zuhaitz con ironía. Confiesa que no sigue el día a día de la práctica deportiva, pero sí lo que los futbolistas tienen que decir. Así, le complace ver casos como el de Víctor Camarassa, jugador del Oviedo que hace no mucho dio a conocer que estuvo de baja por salud mental.

La salud mental en un espejo

Izena duena bada aforismo en euskera que viene a reivindicar el poder performativo de la lengua: lo que tiene nombre existe. “Ojalá hubiese sabido que el TOC existía y que tenía tratamiento”, se lamenta Zuhaitz. De haberlo sabido, podía haber atajado el problema mucho antes. Asimismo, es probable que también haya pasado por depresión, si bien nunca se la han diagnosticado. Lo concluye al sentir que los síntomas de dicha enfermedad encajan con su cuadro. Cuenta que, recientemente, en una presentación de Subcampeón se le acercó una joven de 25 años diagnosticada de TOC desde hacía cinco. Le trasmitió que gracias a su libro los padres de la joven habían comprendido por lo que pasaba. “Cuando entré a la oficina de un psicólogo y me dijo esto tiene un nombre salí igual de mal, seguí cruzando las líneas con el pie derecho, pero también sentí alivio al saber que no era el único en el mundo”.

El doble filo del cerebro

Mikel tuvo una infancia complicada en la que, desde casa, alimentaron una especie de optimismo inquebrantable. Llegada la adolescencia, esa realidad, sumada a sus problemas de salud mental, produjeron “un estallido bastante gordo”. El joven, pese a estar medicado, tuvo hasta cinco intentos de suicidio. En determinado momento, confiesa, empezó a ver “en la oscuridad un alivio”. Ese fue el punto en el que se dio cuenta que tenía que tomar una decisión para no acabar siendo un “paria”.

El clima en el aula en sus años formativos de instituto tampoco le resultaron fáciles. Sufrió bullying. Enfrentarse a una clase que le consideraba “la diana” a la que disparar, “una cobaya humana” en medio de una selva. Librar cada día esa batalla le costaba “toda su alma y más”, enfrascándole en un ciclo de centrifugado que no paraba de girar hasta marearle, de tal forma que llegaba a “distorsionar” desde su realidad externa hasta su autopercepción: “Más que vivir, lo que intentas es sobrevivir”.

Desde que salió de Berastegi reside en un piso compartido de Agifes en el distrito pasaitarra de Antxo. Reconoce, sin ambages, que es “la mejor experiencia” que ha tenido nunca. Tiene “fuerzas” para estudiar y trabajar al mismo tiempo, algo que lleva haciendo desde hace un año. Tiene “ganas de vivir, ganas de hacer cosas” y consigue tener visión de futuro. Tener que valerse por sí mismo le ha hecho descubrir todo la capacidad que alberga. Ve su cerebro como un ordenador y es capaz de presionar la tecla que le permite ir allí a donde quiere ir. “Por supuesto, los malos momentos no han desaparecido”, pero Mikel ya se conoce el juego y “sus oscuridades”, sabe “dónde está cada trampa” y “dónde se esconde cada escalera”. Conoce bien la partida y, ahora sí, está al mando del joystick.

El proceso de autoconocimiento le ha servido para concluir que el cerebro es un arma de “doble filo”, si no se usa bien, puede acabar por “autodestruirte”. El “autoboicot” es algo que Gurru conoce muy bien. Lo ha tenido “todo en la vida, amigos, familia, oportunidades, una carrera en el deporte de elite…”. No obstante, se siente como un subcampeón, algo que concluye que viene del autosabotaje que nunca le ha permitido ser “campeón”.

En su caso, el punto de inflexión llegó con el consumo de un porro de marihuana en el año 2003. En ese momento llegó el estallido, con un virulento ataque de ansiedad que le duró tres días. Ese consumo aislado, fue sólo, según reconoce, la punta de un iceberg alimentado por toda la presión resultante de haber saltado a la Primera División con apenas 19 años: “Durante muchos años le he echado la culpa a ese porro de marihuana, pero obviamente aquello solo encendió la mecha de algo que ya estaba ahí”.

“En aquel momento, seguramente, era demasiado sensible para un mundo tan hostil”. Después de dejar el fútbol siguió bajo los focos, pero la presión no tiene nada que ver con la que sentía bajo la mirada y los gritos de 40.000 aficionados. “Con 20 años más me imagino en un estadio pidiendo el balón y me acojono igual”.

Sea cual fuese el detonante, la presión o aquel porro lo cambió. Fue como un “cortocircuito” que abrió una puerta que, confiesa, sigue a la “espera” de que se cierre algún día. Ha seguido terapias psicológicas, pero también reconoce que se ha “dado el alta” a sí mismo muchas veces. “Espero aún que llegue otro cortocircuito que haga el efecto contrario, que cierre la puerta. Pero me imagino que no vendrá sólo, que también habrá que trabajar por ello”. Como Mikel, Gurru también sigue “en la pelea”. Esta misma semana ha decidido volver a pedir cita con un terapeuta. La batalla de uno y otro continúa y quién sabe, quizás la próxima vez que coincidan no cuenten sus avances en una conferencia, sino encima de un escenario.