La donostiarra Erika Río, diagnosticada con trastorno límite de la personalidad, reclama acabar con los «mitos y tabúes» en torno a la salud mental (Reportaje de El Diario Vasco).
Erika Río: «En este ingreso voy a conseguirlo y saldré adelante, quiero ser feliz»

Reportaje redactado por Patricia Rodríguez en El Diario Vasco
«Aún sigo escuchando las voces de mi abuelo, de mi tío y de un chico que no consigo saber quién es. Las oigo con eco, como de fondo, y me dicen que me autolesione, que me suicide. Aparecen en momentos de agobio y estrés. Pero ya no me dan miedo. Asumo que tengo que aprender a vivir con ello». La donostiarra Erika Río, de 20 años, tiene trastorno límite de la personalidad (TLP), una enfermedad mental cuyo diagnóstico llegó el año pasado, después de años de derivaciones y nueve ingresos «voluntarios» en diferentes centros de salud mental. Enseña las cicatrices de sus brazos, plagadas de cortes. Eran solo los síntomas del torbellino que anidaba en su cabeza. Las voces comenzaron a colarse a los 13 años. A raíz de varias experiencias traumáticas en su infancia, según revela esta donostiarra, surgió la enfermedad. «Mi abuelo me pegaba, era alcohólico. Además en el colegio me hacían bullying. Empecé a dejar de comer y me quedé en 37 kilos. El suicidio de mi tío, estando yo en Primaria, también me afectó mucho. Mi padre entró en una depresión y se encerró en casa», cuenta esta joven, que actualmente está ingresada en la clínica San Juan de Dios de Donostia. Tiene permitido salir del centro varias veces por semana y no ha dudado en contar su historia, un caso extremo difícil de digerir, en el marco del Día Mundial de la Salud Mental que se celebra este martes.
«Haciendo esto siento que puedo ayudar a otras personas que estén pasando por una situación similar o que necesiten pedir ayuda», señala, al tiempo que reclama acabar con los «tabúes y los mitos» que a día de hoy persisten en la sociedad en torno a los problemas de salud mental. «No nos enseñan a cuidar de la salud mental, en los colegios se debería hablar de ello también. No hay espacios para hablar de cómo se siente uno». Los expertos son rotundos al señalar unas cifras que van en aumento y que están haciendo mella sobre todo en los más jóvenes –uno de cada seis jóvenes de menos de 30 años de Euskadi recibe tratamiento psiquiátrico y los ingresos de menores vascos por trastornos de salud mental tras la pandemia han aumentado un 40%–. «Te sientes sola, la rarita. La ama ha sido mi bote salvavidas. Se ha volcado para ayudarme, ha sacrificado toda su vida y solo puedo darle las gracias. Creo que en este ingreso voy a conseguirlo. Quiero ser feliz», dice Erika desde las entrañas. Su madre, Diana Subijana, le escucha a su lado y ambas conversan a corazón abierto.
«Mi madre ha sido mi bote salvavidas. Se ha volcado conmigo y no quiero crear más sufrimiento a mi alrededor»
ERIKA RÍO
Todo empezó a los 9 años. Su madre recuerda que «siempre llegaba a casa llorando. Estaba más triste, más retraída, encerrada en sí misma y un día me dijo que no quería ir al cole. Fui a hablar con el centro para ver qué estaba ocurriendo y me dijeron que todo estaba bien, pero yo sabía que algo le pasaba». Erika se esforzó en camuflar su dolor hasta que ya no pudo más. «Me lo contó. Me dijo que le insultaban, le acorralaban contra la pared… Lo puse en conocimiento del colegio pero todo se quedó en agua de borrajas» y el acoso continuó. «Recibía amenazas a través del móvil del tipo ‘te vamos a matar’, ‘sabemos dónde vives’….», cuenta Erika, que comenzó a acudir a terapia. A los pocos meses, su tío se suicidó y su padre «entró en una depresión. Estuve una temporada sin verle. Él vivía con mi abuelo y se encerró en casa. Yo sentí que me había abandonado». Aquella casa le trae los peores recuerdos. «Mi abuelo era alcohólico y me maltrataba. Y mi padre seguía llevándonos allí», resalta sin creerlo.
«Sientes un miedo atroz al no poder controlar la situación. El peor momento fue cuando me dijo que no quería vivir»
DIANA SUBIJANA
En 2º de ESO, Erika empezó en otro colegio con la intención de dejar atrás años de vejaciones, aislamiento y un sufrimiento que cada día pesaba más. Un día, llamó a su madre por teléfono. «Estaba muy angustiada, solo me decía, ‘Ama, háblame, háblame. Hasta que consiguió explicarme que oía voces. Escuchar eso de tu propia hija es muy duro. Se vive con mucho miedo, mucha angustia», reconoce Diana con enorme entereza a pesar de la crudeza del relato.
Autolesiones
Su hija empezó a dejar de comer. Le diagnosticaron un trastorno de alimentación, depresión y empezaron los pensamientos autolíticos y las autolesiones, «cada vez más frecuentes y más graves». «Cuando las voces me lo decían me cortaba en los brazos, en las ingles… En ese momento me aliviaba pero después me sentía mal, muy culpable. También he tenido algún intento de suicidio y muchas subidas a Urgencias», cuenta Erika, que comenzó a recibir medicación –hasta 24 pastillas al día– y a acudir al centro de salud mental para menores, en el propio ambulatorio, en Donostia. Su madre no supo nada de los cortes hasta que su hija se lo contó. «Iba con manga larga y lo escondía hasta que un día fui a su habitación. Le dije ‘te tengo que contar una cosa pero no te enfades’ y se lo enseñé». «Sientes un miedo atroz. El peor momento fue cuando me dijo que no quería vivir».
Desde este pasado agosto Erika está ingresada en San Juan de Dios y «estoy bastante mejor», afirma. «Me han empezado a quitar medicación y aunque ha sido muy duro, ya no soy un ‘zombie’. Estoy estudiando para sacarme la terapia asistida con animales y en Agifes me han ayudado a no sentirme sola», añade.