Artículo de Macarena Tejada | El Diario Vasco

 

No importaba que en la calle lloviera o hiciera sol, que fuera enero o julio. Tampoco cambiaba nada que fuera el día de su cumpleaños, Navidad o Semana Santa. Hubo una época, que coincidió sobre todo con los años de instituto, en la que Mikel Sarmiento no encontraba fuerzas para salir de casa. Ni siquiera de su habitación. Estaba enfadado con el mundo. No era un berrinche. Tampoco se podría definir únicamente como malestar emocional. Mikel se sentía «un bicho raro» y aunque todavía no le había puesto nombre oficial a lo que le pasaba, pronto supo que aquello era «depresión».

Ahora tiene 24 años. Por aquel entonces apenas tenía 14 y «el propio despertar» le generaba «angustia. Abrir los ojos y ser consciente de que estaba vivo era una pesadilla», explica este joven que desde hace un año reside en un piso compartido de la asociación guipuzcoana de familiares y personas con problemas de salud mental (Agifes) en Pasai Antxo. Con motivo del Día Mundial de la lucha contra la Depresión, que se ha celebrado este fin de semana, alza la voz para «mostrar a aquellos que están pasando por lo mismo que no están solos». Y que «con terapia y ayuda se puede salir adelante».

Cuando era pequeño le diagnosticaron un trastorno obsesivo compulsivo –«vivía todo con demasiada intensidad»–, que pronto derivó en «ansiedad y depresión crónica». Asegura que su bienestar emocional «va por etapas», aunque «hace bastante» que ha conseguido mantener sus pensamientos «a raya». Sin embargo, hubo una época, no muy lejana, en la que el solo hecho de despertar era un suplicio para él. «Solo quería dormir porque esa era la única manera de desconectar del plano real sin tener que recurrir a la muerte», explica justo antes de dar un sorbo a un café con leche.

«Pasé los peores días en el instituto. Aquello es una jungla, un lugar para ponerse caretas y sobrevivir»

No le importa recordar esos momentos. Es más, prefiere hablar de la depresión «sin tapujos. Es la única forma de romper tabúes». Quizá por eso no le tiembla la voz cuando dice que ha tenido «bastantes intentos» de suicidio, pero eso ya es pasado. Ahora, aclara, «hay días en los que me lo puedo plantear, pero se queda en un pensamiento y no lo llevo a la práctica».

Los años de su adolescencia los recuerda muy complicados. «El día a día se resumía en llorar y en tener que cumplir con todo tipo de obligaciones. Porque no quería hacer nada» y, en esas circunstancias, todo suponía una orden para él. «Cada equis tiempo», relata, «siento que debo morir o que estoy en un lugar que no me corresponde. Es muy difícil de explicar porque soy consciente de que son pensamientos negativos, pero me aferro a ellos», reflexiona. Desde que tiene recuerdos acude al psicólogo y al psiquiatra, y en la actualidad sigue en tratamiento, con «dos pastillas cada día».

«Necesitaba sentir que pertenecía a un grupo. Eso me ha faltado durante mucho tiempo y me ha marcado de por vida»

La terapia y el «apoyo de un gran amigo que también ha pasado por un momento complicado similar» le han servido de «ancla» para salir adelante en los peores días, que se remontan al instituto. «Aquello es una jungla, un lugar para ponerse caretas y sobrevivir». Lo ha querido «borrar rápido» de su memoria, pero sufrió ‘bullying’ y lo pasó «muy mal». Mikel era «diferente al resto. Un niño muy soñador, creativo… Y no encajaba en ningún grupo. Es triste, pero ese acoso es el precio a pagar por ser tú mismo», sentencia ahora que se mira a sí mismo desde fuera, con otra perspectiva.

Por aquel entonces se sentía «muy solo. Hubo una temporada en la que todos los días me costaba respirar, vomitaba… Me convertí en un ser antisocial y oscuro. En casa no hablaba con mi familia. No decía nada y si me comunicaba era de malas formas. Me fui autodestruyendo a mí mismo, hasta tal punto que me despertaba cada día cansado», admite. «Afortunadamente», la relación con su madre «ha mejorado mucho» desde que no viven juntos y han tenido la oportunidad de hacer las paces.

«Sentirse querido»

Entre otras cosas, en esas charlas se ha dado cuenta de que «necesitaba» sentirse querido. Y solo así se explica las dificultades que tuvo a la hora de pedir ayuda. Él sabía que estaba mal, pero algo le impedía solicitar ese apoyo «tan importante».

– ¿Por qué?

– Porque sin saberlo, buscaba que llegara alguien a quien le importara por ser yo, no porque se sintiera obligada por ser parte de mi familia. Necesitaba sentirme querido por una persona que no estuviera atada a mí. Esto es, recibir el visto bueno de alguien de fuera. En definitiva, sentir que pertenecía a un grupo y estar, de esa manera, conectado con el mundo. Eso es lo que me ha faltado durante mucho tiempo y lo que, sin ser consciente, me ha marcado de por vida.

«He salido adelante gracias a la terapia y a un buen amigo, y ya hay momentos en los que consigo evadirme de la depresión»

Porque Mikel «siempre» se ha sentido «solo», hasta que apareció el que hoy en día es su mejor amigo. Y así, poco a poco y con el acompañamiento de profesionales, ha empezado a enfocar esos «enfados» desde una perspectiva «más optimista». Su depresión es crónica y últimamente los expertos sospechan que pueda tener trastorno límite de personalidad, por lo que, apunta, «siempre va a haber algo dentro de mí que no va a hacer que esté donde me gustaría. Pero en los últimos diez años he notado una mejoría increíble. No solo lo percibo yo, sino que también la gente que me rodea».

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Estudia para ayudar a quien sufre lo mismo: «No hay mejor apoyo que quien te entiende»

Si tiene que explicar en «pocas palabras» lo que le pasa en estos momentos «sería algo así como que me cuesta ser funcional y seguir el ritmo de vida que se exige en la actualidad». Sin embargo, está haciendo todo lo posible para no quedarse atrás. Es más, «hay momentos» en los que consigue evadirse de la depresión. Y eso ya es un gran avance.

Desde hace dos años estudia un grado medio de ‘Atención a personas en situaciones de dependencia’, que le sirve como vía de acceso directa al grado superior de ‘Integración Social’. No le importaría ayudar a otras personas que están pasando por su misma situación, porque si algo ha aprendido durante este tiempo es que «no hay mejor apoyo que alguien a quien no le tengas que explicar detalle a detalle lo que sientes porque también lo ha sentido». También quiere hacer teatro, y no le importaría estudiar Periodismo o Psicología. Pero mientras tanto, colabora con Agifes. Sus trabajadores y voluntarios se han convertido ya en sus ángeles de la guarda.

 

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