¿Cómo llegaste a Agifes?
Cuando falleció mi madre, me impliqué más en la salud y el bienestar de mi hermano, y también de mi padre, ya que vivían juntos. Al tiempo sentí la necesidad de pedir ayuda y me hice socia de Agifes, en 2010. En 2014 me uní al grupo de familiares de Eibar, y creo que es una de las mejores cosas que he hecho por mi salud.

¿En qué te ha ayudado la asociación?
Me ayudó a conocer a personas que hablan el mismo idioma que yo y no me prejuzgan; que me escuchan y me comprenden. Agifes me ha ayudado a entender mejor esta «puñetera» enfermedad, así como a saber cómo y cómo no actuar, lo que me ha permitido mejorar la comunicación y relación con mi hermano. También he aprendido a cuidar de mí misma; a ser constante y no bajar la guardia.

¿Destacarías algún aprendizaje importante?
He aprendido a escuchar a mi hermano, a callar cuando es preciso, a empatizar más con él y a valorar su grandísima capacidad de lucha pese a las circunstancias.

¿Qué te llevó a participar en la junta directiva?
Cuando me lo propusieron, acepté inmediatamente. Por desgracia, sé de primera mano lo difícil que es el camino y la lucha por la defensa de la salud mental, y pensé que podría aportar mi granito de arena. No podía negarme a formar parte de este voluntariado.

¿Qué mensaje te gustaría lanzar a las personas socias?
Que el movimiento se demuestra andando. Que una vida mejor para nuestros familiares y para nosotros mismos siempre es posible. Que no debemos perder la esperanza. Que las piedras del camino son muchas y que cuantos más seamos retirándolas mejor nos irá. Que sin salud mental no hay salud.
Y que… ¡larga vida a Agifes!